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sábado, 7 de agosto de 2010

¿Qué puede hacer el derecho frente a los conflictos sociales?

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Por: Mirko Lauer
A lo largo del decenio hemos aprendido que movilizaciones como Bagua, ahora último Quillabamba, o los cientos de confrontaciones que las han precedido, corresponden a lo que se llama conflictos focalizados. Sin embargo hay circunstancias que los desfocalizan en cierta medida, como en el caso de los dos choques que mencionamos.
Si hubiera que definirlos someramente: no hay un partido o dirigente de primera línea que asuma la causa a rostro descubierto, no hay una lógica que apunte a lo nacional, no hay un objetivo de largo plazo. En cambio hay mucho fervor, una gestualidad radical, una confluencia por encima de la fragmentación política que luego asoma en las elecciones.
El sueño de la oposición más radical y sin bases organizadas propias ha venido siendo que esos conflictos (siempre hay más de un par de centenares latentes, registra Defensoría del Pueblo) lleguen a constelarse en un gran movimiento nacional. Un putsch a la boliviana o ecuatoriana, o incluso algo así como la gran huelga revolucionaria de los manuales marxistas-leninistas.
No ha sido hasta hoy esa la idea de los movilizados, pero quizás Bagua marcó un viraje: la posibilidad de un liderazgo temático focalizado (indígenas, ecología) capaz de arrinconar a un gobierno elegido. Pero lo que ha quedado de eso ha sido un líder que quiere ser Presidente de la República, una organización dividida, y una palabra amenazante.
Amenazante porque ahora sabemos que hay conflictos donde cierta combinación de elementos puede desatar las iras de poderosas organizaciones internacionales, y retroceder la ficha del gobierno en el mundo globalizado, y a partir de allí en el propio país. Bagua fue un incidente muy costoso, y ha influido mucho en las decisiones posteriores del gobierno.
Quillabamba busca un parecido efecto, con la ventaja de que el gas es un tema de preocupación más difundido e inmediato que la Amazonía. Sin embargo las movilizaciones del Cusco hasta hoy no han logrado ni que Ollanta Humala participe junto con su plana mayor, ni que otras regiones, ni en el sur ni en el norte, asuman la bandera.
Quizás una lección es que la política nacional la hacen las organizaciones nacionales. A pesar de los infaltables membretes, muchos de estos conflictos se remiten a la Fuente ovejuna de Lope de Vega. Lo cual no les impide tener una causa justa en muchos casos, pero sí dice mucho acerca de sus perspectivas.
La política energética de este gobierno puede ser discutida y criticada, por cierto. Pero la política energética del siglo XXI peruano no se puede decidir solo entre Quillabamba y Echarate. Ni puede depender, como da fuertemente la impresión, del acopio de reservistas convertidos en masa de maniobra, ni de las elecciones de octubre próximo.

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